miércoles, 11 de enero de 2012

La Mina de Sal



Cuentan que había  una mina de sal en las afueras de Moyobamba. Esta mina tenía “madre”, la cual se presentó un día de forma de una viejita haraposa a la casa de una señora que estaba preparando tortillas de yuca.
Pidió a la señora que le diera un pedacito para probar su sal; la señora accedió y la viejecita introdujo el trozo de tortilla en la boca y la probó, luego comprimiendo la nariz, arrojó la mucosidad sobre la masa de yuca que estaba en el batán, diciendo que le faltaba sal.
Entonces la dueña de la casa se enojó y la echó fuera insultándola de cochina. La vieja al salir de casa dijo resentida: “No me quieren, tendré que ir muy lejos y allá me buscarán” y se marchó.
Ellas no comprendieron el sentido de las palabras pronunciadas por la vieja ni se dieron cuenta quién era. Pero en la noche, la señora de la casa soñó que aquella viejecita era la “madre de la sal”.
Luego que pasaron algunos días, fueron como de costumbre a la mina a traer sal y no encontraron, entonces regresaron afligidos.
Cierto día unos cazadores se internaron en la selva en busca de animales y encontraron la mina de sal al pie de un cerro, muy distante del sitio en que estuvo anteriormente y hasta hoy la mina continúa en ese lugar.
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martes, 10 de enero de 2012

El Tunchi


 
El Tunchi es un espíritu perdido de alguien que murió en la selva y es condenado para vagar implacablemente en las profundidades de la selva en la oscuridad de la noche. Se dicen que el Tunchi camina el mismo camino en la selva que él siguió durante su vida. Típicamente hay un silencio extraño cuando el Tunchi está al ojo, y el Tunchi anuncia su presencia con un sonido débil y luego se acerca a usted. El sonido le hace temblar. Es un silbido agudo, que manda un escalofrío para su columna vertebral. Luego, cuando el Tunchi le deja a usted, el sonido se esta perdido por la noche en la profundidad de la selva. 
Según esta leyenda el Tunchi es un guardián de la selva y no dañará ellos que respetan la flora y fauna viviendo allí. Sin embargo, ellos que dañan la selva por cortar sus árboles o matar a sus animales confrontarán la furia del Tunchi como él implacablemente hechizará y aterrorizará al delincuente.
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El Chullachaqui

 

Esta es la historia de un montaraz (cazador) que un día salió a matar animales, y se internó en la espesura del bosque, mas curiosamente halló una miniciudad en medio de éste; el pueblo que encontró lo tenía todo: casas, plazas, calles angostas, carreteras, etc, sólo que todo en miniatura.
Asombrado por esta enigmática visión el hombre decidió indagar más, y decidió "ocultarse" tras un ojé enano (árbol de la selva); como vio que en la chacra, porque era una chacra, habían diversas frutas, decidió coger algunas, pero una diminuta fuerza se lo impidió, y de pronto la diminuta fuerza se acrecentó, y cuando el hombre se volvió para ver qué fuerza le impedía moverse, vio horrorizado como decenas de demonio-duendes lo atrapaban.
El hombre quedó inconsciente por el miedo, pero al despertar se encontró encerrado en una pequeña y reducida jaula. Al cabo de un rato se le acercó un chullachaqui, que es el nombre de estos seres, el cual le dijo que se encontraba en otra dimensión, y que sólo se salvaría si guardaba el pacto que haría con él. El pacto era de no revelar jamás a nadie lo que había visto.
El hombre aceptó el pacto, tras lo cual estrechó la mano del ser aquél, quien a manera de recordatorio selló sobre la palma de su mano un rarísimo símbolo.
En efecto así fue, el cazador se despertó en medio de la selva y tras 2 días de intensa búsqueda fue hallado junto a una cocha (laguna). Cuando le preguntaron qué le había ocurrido, el hombre sólo atinó a decir que se había perdido.
La historia dice que el hombre no guardó el pacto, pues muchos le preguntaron sobre el sello de su mano.
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El Ayaymaman



Esta leyenda nos relata el abandono de dos niños en la selva que perdieron a la mamá, y la madrasta en convenio con el papá toman esta terrible determinación de llevar a dichos niños a la montaña simulando un paseo, y los dejaron a la suerte. Dichos niños se convirtieron en pajaritos y en una noche de luna salieron de la montaña alzando vuelo se pozaron en el techo de la casa de la madastra y tristemente emitieron su canto: Ayaymama, Huischuhuarca, que quiere decir: Nuestra madre ha muerto y nos abandonaron.
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El Maligno



El maligno, un alma en pena por haber cometido muchos y graves pecados en la tierra, se diferencia del tunchi por el silbido, pues éste se escucha solamente así: “fin…..fin…fin” y nada más repetido varias veces mientras pasa cerca de un ser viviente.
Es mucho más temido que el tunchi, porque según la creencia popular éste persigue a su víctima silbando cada vez más cerca de ella hasta que lo escucha, como un sonido gutural escalofriante, llegando a causarle tal pánico que le puede sobrevenir hasta la muerte, por un paro cardíaco instantáneo.
La persecución a la víctima es más ostensible y persistente cuando ésta le ha remedado en el silbido o cuando se ha burlado en alguna forma de él. También llega a materializarse como el tunchi, pero siempre bajo una forma horripilante capaz de paralizar a cualquier mortal.
Cuando una persona logra escapar a su persecución, sea por haber rezado a tiempo, por haber llegado a su casa oportunamente o por haberse encontrado con otras personas, entonces es seguro que le hace soñar por la noche diciéndole que ha salvado la vida gracias a esas circunstancias.
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EL AYAPULLITO



Se le conoce como el “pollo del muerto”; cuando en el silencio de la noche se le escucha cantar dicen que es de mal agüero, indicador de que alguien de la casa o del barrio debe morir en esos días, su canto es triste, como de un pollito con frío y dicen que vuela junto con las almas que salen del cementerio, su plumaje es negro como la noche y su cabeza pelada como la de una calavera.
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Los Diablos del Monte



Don Lobo, un experto montaraz, iba casi a diario cazar Huanganas en un monte lejano y solitario. En la búsqueda de los cerdos salvajes, encontró un día, un bosque de wicungos con sus frutos ya maduros, frutos que son el alimento predilecto de estos animales salvajes. Los recogió pacientemente y llenó su bolsa de chambira.
En el suelo, quedaban aún las frescas pisadas de las Huanganas. (Son de una gran manada), se dijo a sí mismo don Lobo. Esa información fue suficiente para él y retornó a su casa contento de su suerte. Al día siguiente regresó al mismo lugar para levantar una barbacoa, una especie de altillo, desde donde dispararía a sus presas.
Como era un experto, no tardó demasiado tiempo en construir la barbacoa. Sacó sus pertrechos de caza. Sus cartuchos envueltos en un plástico, su infaltable cigarro siricaypi y su linterna de cuatro pilas. Su cuchillo nuevo de cocina brillaba en lo alto.
Después de regar los wicungos debajo del árbol, el montaraz se subió a la barbacoa y templó rápidamente su mosquitero viendo que los zancudos aparecían por miles. Y antes de entrar a refugiarse de los insectos frotó su cuerpo con unas hierbas hediondas, para que los animales no sientan su presencia.
Y mientras esperaba la llegada de la manada de Huanganas, pensó: “Si vienen cien Huanganas en la manada, trataría de matar sólo cincuenta", se decía emocionado, pero los cerdos no llegaban, y seguía hablándose a sí mismo: “con cincuenta tengo para sacar quinientos soles, si es que me pagan a diez cada una. Más las pieles, que los venda a tres soles nomás, son ciento cincuenta, sumando obtendría seiscientos cincuenta, hasta les podría hacer una rebajíta..."
Sacando sus cuentas, el montaraz, ocupaba su mente en la soledad del monte. Pero, los animales no aparecían y la noche avanzaba, felizmente para don Lobo la luna alumbraba el bosque con su luz amarilla y en los claros era fácil distinguir a cualquier animal.
De pronto, comenzó a percibir el griterío de los animales. “¡Ya vienen!", se alegró el montaraz.
Inmediatamente preparó su arma. Cargó su linterna con las pilas nuevas que había comprado en la bodega, y por una rendija del mosquitero, con el cañón del arma hacia afuera, espiaba atento cualquier movimiento.
Repentinamente los gritos se alejaron, al parecer, las Huanganas habían elegido otro wicungal ese día.
Al poco rato, le sobrevino un sueño al cazador, y para no dormirse encendió su cigarro. Y ocupó su mente otra vez para no caer en los brazos de Morfeo. “Con la plata de la venta, me compraré dos pashnas preñadas. Que nazcan, pues, seis de cada parto, tendría doce, más las dos madres, tendría catorce. Cuando crezcan y se empreñen, nacerán..."
A las doce de la noche, cuando cabeceaba de cansancio, unos gritos extraños le despertaron. El sabía que las voces no eran de las Huanganas, ni de los Sajinos, era ya muy tarde para que sean ellos, por eso prestó mayor atención. Después de unos minutos vio, que por el camino de los cerdos, se acercaban hacia él varios hombres, humanos como nosotros, vestidos de negro y con el rostro cubierto hasta la nariz por un trapo rojo.
Se sentaron debajo del altillo. Prendieron sus lámparas y sobre una mesa improvisada comenzaron a jugar a las cartas. Apostaban bastante dinero. Jugaban con monedas que brillaban como si fueran de oro.
Don Lobo, un hombre que no le tenía miedo al monte, ahora sí que empezaba a asustarse. Pero, lo que le daba valor era que los extraños no se habían dado cuenta de su presencia.
Terminado el juego se entretuvo escuchando durante horas algunas historias de cómo esos hombres se habían perdido en la inhóspita selva. Contaban, con lujo de detalles, lo que les había pasado. Uno de ellos contó que encontró en su camino a un hombre que le hizo perder en el bosque con mentiras de encontrar mejor caza en la falda de un cerro. Otro contó que una manada de tigres negros comenzaron a perseguirle día y noche, pero que, aparentemente no le querían comer, sino asustar.
El montaraz, que ya estaba a punto de dormirse cuando llegaron los diablos, se despertó del todo al oír una historia que le impresionó, dijo el hombre, que regresando de mantear, sus perros lo desconocieron y comenzaron a ladrarle como si fuera un extraño. Dijo que trató de conquistarles con caricias, pero los canes no permitían que se acerque.
Entonces no tuvo más remedio que hacer uso de su arma y matarlos. Y al rato, después de estar muertos, los perros se levantaron, y así heridos le perseguían todo rabiosos, y cuando le alcanzaban le desgarraban las piernas a mordiscones: Entonces, para escapar de los sanguinarios perros se trepó a un árbol en donde esperó la noche, y se salvó de los malditos canes cuando, por arte de magia, desaparecieron al ver que unos hombres vestidos de negro llegaban a jugar las cartas.
Don Lobo, ahora sí que estaba aterrorizado, pero, aún pensaba. Al notar que el aguardiente se les había terminado a los shapshicos, lanzó un chorro de orina haciendo caer sobre la mesa de juego.
¡Vino del cielo!.......¡Vino del cielo! - gritaban alegres los diablos. .
Y agarrando sus vasos trataban de embocar en el cañito. Los hombres. de negro se disputaban el líquido que luego tomaban saboreándolo y como estaban borrachos ya no distinguían los sabores.
Al llegar la madrugada, los diablos se despidieron citándose para la próxima semana. Don Lobo, aún desconfiado, se bajó de la barbacoa con la esperanza de que a alguien se le hubiere caído, por lo menos una monedita. Su sorpresa fue muy grande, debajo del árbol no había quedado ninguna huella de gente extraña.
Entonces el montaraz regresó a su casa preocupado. Y antes que lIegara a sus linderos sus perros comenzaron a ladrarle y a morderle las piernas como si no le conocieran. Entonces don Lobo no tuvo más remedio que matarlos y regresarse al monte.
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lunes, 2 de enero de 2012

Simpira


El Simpira es el señor del panshin nete o mundo amarillo. Es mostrado como un inmenso jaguar negro, que posee en algunos mitos cuernos de taruka o venado. Pero lo que lo caracteriza es una de sus patas delanteras de color blanco y en forma de tirabuzón, la cual puede extender de manera interminable como si de una serpiente infinita se tratase. La usa para atrapar a los pecadores y maldecidos que merecen formar parte de su infierno en compañía de otros pecadores, los que se convierten en bestias selváticas de su séquito por toda la eternidad.
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El mapinguari o padre monte


El mapinguari es un espíritu protector al que puede verse como una gran bestia bípeda, del tamaño de dos hombres adultos, llena de pelos y capaz de lanzar un olor terrible que usa para castigar y noquear a los cazadores furtivos y otros que no respeten la selva, junto con su descomunal fuerza y filudisimas garras. A veces se presenta en los mitos como un oso con un pie vuelto hacia atrás o de algún otro animal a la manera del chullachaqui. Otros mitos lo muestran como un monstruo peludo con una boca en el vientre.
Algunos creen sin embargo que es un animal que existiría realmente en lo profundo de la selva, una especie gigantesca de perezoso.
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EL YACURUNA, el hombre del agua


Es un personaje que vive en las profundidades y lagos de la amazonía, habitando asentamientos nómades subacuáticos. El Yacuruna a manera de título de nobleza, es el señor o patriarca de las tribus errantes de esta raza que hasta hace miles de años poseía forma humana y que vino buscando establecerse en las antiguas colonias de la gran Atlántida, sumergida bajo el océano homónimo durante el último diluvio universal. Al haberse adaptado tanto a la vida subacuática, el Yacuruna no pudo revertir el proceso y regresar a tierra firme, aunque ha alcanzado la perfección de sus dotes místicos, con el fin de raptar personas de su agrado particularmente jóvenes mujeres, a quienes lleva a convivir con el en las profundidades.
Durante siglos las tribus de esta raza han surcado las profundidades de los ríos, en búsqueda de nuevas regiones aluviales, donde imponer su dominio sobre las mentes supersticiosas de los pobladores ribereños y aborígenes. Dotado de antiguas artes los Yacurunas tienen el poder de comunicarse con animales acuáticos, e imponer su dominio sobre estos, además poseen la facultad de transmutar en bufeos colorados con la finalidad de aproximarse a las jóvenes ribereñas, muchas veces atraídos por el olor de la sangre, si es que alguna de estas se encuentra en estado de menstruación.
Una vez en la superficie adquieren su forma semihumana solo por unos instantes, como distinguidos personajes forasteros atrayendo la atención de las jóvenes mediante habilidades psíquicas y afrodisíacas, raptándolas y agregándolas a su sequito.
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LA RUNAMULA (Mujer Mula)


En nuestra travesia visitando los reconditos pueblos de nuestra regiòn nos encontramos con pobladores de la zona que nos dieron la amable acogida en sus hogares y nos endulzaron con sus increibles relatos sobre los mitos y leyendas que abundan en nuestra amazonia peruana.

Se cuenta en la amazonía que, la mujer que hace el amor con hombres prohibidos está maldita, entre los hombres prohibidos son considerados los sacerdotes, el compadre, el cuñado, el hermano o cualquier casado . En las noches de luna llena y por acción diabólica el alma y cuerpo de esta mujer pecadora es convertida en briosa mula, la cual galopa frenéticamente y lanzando llamaradas por la boca y las fosas nasales, durante toda la noche  recorre los caminos del pueblo en castigo de sus pecados, bajo el implacable flagelo de su cruel y feroz jinete que no es otro que el diablo en persona.Se cuenta en la amazonía que, la mujer que hace el amor con hombres prohibidos está maldita, entre los hombres prohibidos son considerados los sacerdotes, el compadre, el cuñado, el hermano o cualquier casado . En las noches de luna llena y por acción diabólica el alma y cuerpo de esta mujer pecadora es convertida en briosa mula, la cual galopa frenéticamente y lanzando llamaradas por la boca y las fosas nasales, durante toda la noche  recorre los caminos del pueblo en castigo de sus pecados, bajo el implacable flagelo de su cruel y feroz jinete que no es otro que el diablo en persona.
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Relatan que en el distrito de Habana (Provincia de Moyobamba) había un cura muy famoso, por sus aventuras con mujeres con compromiso (casadas), incluso llegó a procrear hijos en una de ellas. Cuando la Runa Mula salía por las calles, la gente decía: ¡está pasando la Agueda montada por el Padre Villacorta!. Al amanecer, iban a ver a doña Agueda y la encontraban desganada, rendida sin ánimo de trabajar, pues aducen que es por los fuertes latigazos que le propinó su jinete en la noche anterior.


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